Hi my dear friends, summer holidays for scholars are nearly here so today I would like them to read this tale which tells a boy and his friend's adventures on a far far away planet! I hope you'll like it!
GORDOVINCHI Y EL PLANETA DE LA LUZ de Ángel Luis Romo. (Bubook Publishing)
Ilustrador: Julio López.
CAPÍTULO I
Samuel vive en un pueblo grande, un pueblo importante, cruce de caminos, que tiene un colegio grande, un colegio importante, al que acuden niños de varios pueblos de alrededor, pueblos que se fueron quedando sin gente y que ya no tienen colegio.
Samuel es un niño de diez años, gordito, con el pelo algo rojizo, un flequillo rebelde y muchas pecas en las mejillas.
Un día de clase, en el colegio, la profesora de cono le hizo levantarse y le preguntó algo que ella había explicado el día anterior. Samuel se puso muy colorado, tartamudeó una mala respuesta, y le demostró a la seño que no sabía nada de aquello, que no había puesto atención, y que no habíia estudiado nada en casa. La señorita hizo una mueca de disgusto y lo amenazó con la peor nota si seguí así. Luego, tras indicarle que se volviera a sentar, hizo la misma pregunta a una compañera de Samuel, Claudia, que sí conocía la respuesta. Samuel, entretanto, sofocado, sacó con disimulo de su mochila unos pequeños ladrillos de regaliz rojo, y se comió uno. Y un poco después, otro.
Mientras Claudia contestaba, Samuel se dio cuenta de que empezaba a recordar todo lo explicado por la seño, justo lo que unos momentos antes le habían preguntado y no supo responder. Levantó entonces la mano, dando a entender que quería intervenir. La señorita, que estaba disgustada con él, se molestó un poco, y le hizo un gesto de contrariedad, pero decidió interrumpir a Claudia:
A ver qué quiere Samuel, el que no estudia. Y Samuel continuó lo que Claudia había empezado, desde el punto en que fue interrumpida por la señorita hasta el final, en una exposición brillante. La profesora, muy sorprendida, quiso saber el porqué de su extraño comportamiento:
Bueno, y si lo sabías, ¿por qué no lo dijiste cuando te pregunté? ¿Es que estabas dormido?
No, dijo Samuel, disimulando, es que me puse muy nervioso.
Tonterías, ¿cómo te vas a poner nervioso delante de tus compañeros, que además son tus amigos?
Y el asunto quedó así. La seño volvió a su mesa y continuó con una nueva lección.
CAPÍTULO II
Al día siguiente, Samuel hizo una prueba más, al intuir que algo raro estaba pasando. Comió otro ladrillo durante la clase de mates, para comprobar de nuevo que justo después de tragarlo empezaba a acordarse de lo que había oído durante la explicación del profesor, y además, lo entendía.
Samuel se dio cuenta de que, aunque no hubiera estudiado, se acordaba de todo lo que sus profesores habían explicado solo con comerse un par de ladrillos de regaliz, y tal vez le pasara con comerse uno solo. Pero se acordaba solo de una parte, si solo había prestado atención a esa parte; y de nada, si no había estado atento en absoluto. Inquietante revelación, que fue comprobando días después.
Veamos, se dijo Samuel, a modo de reflexión, sacando conclusiones una semana después de la primera manifestación del suceso:
Si no presto atención a lo que me explican, no me acuerdo de nada aunque coma regaliz. Es imprescindible que lo haya escuchado con atención. Así, aun no estudiando, puedo acordarme de todo gracias al regaliz rojo, mi mejor aliado desde ahora. Y no funciona con regaliz negro, tiene que ser regaliz rojo.
Como sus compañeros iban viendo que solía sabérselo todo, comenzaron a ponerle motes. Sabigordi y Gordilisto no eran demasiado pegadizos. Pero un día se habló en clase de Leonardo da Vinci, el más grande inventor y artista del renacimiento, un gran sabio, y a un compañero, se le ocurrió el mote con el que había de quedarse Samuel, y por el que ya desde entonces fue conocido. Mezcló "gordo" con "vinchi" y lo llamó, delante de todos Gordovinchi, escribiéndolo con "ch", como se pronuncia.
CAPÍTULO III
Así pasaron días y semanas. Gordovinchi, respondía bien a todo lo que le preguntaban, siempre que hubiera escuchado atentamente el día en que se había explicado. Pero un día tuvo un contratiempo. Cuando su madre lo llamó por la mañana, se volvió a quedar dormido un rato más, lo suficiente como para luego tener que desayunar deprisa y salir corriendo. Como consecuencia, llegó un poco tarde, además de olvidarse de comprar sus chuches de regaliz rojo. Y claro, cuando las buscó en su mochila, no las encontró. Además tuvo la mala suerte de que le tocó salir a la pizarra para hacer un problema de fracciones y no lo supo resolver. Esto confirmaba que sin chucherías y sin haber prestado atención no tendría éxito.
No fue grave, porque era solo un fallo entre muchos aciertos, pero él se sintió mal, porque cuando uno se acostumbre a quedar bien y estar bien considerado, no encaja de buen grado un fracaso. Entonces compró más chuches. Casi toda la paga la destinaba a comprar regaliz rojo, y decidió que, en adelante, lo repondría cuando le quedasen solo dos piezas, asegurándose así de que ya no le faltaría en caso de necesidad.
Pasado un tiempo, se percató de que había engordado, sobre todo tras pasar la primera evaluación, para la que hubo de hacer un esfuerzo extra, engullendo mayor cantidad de su pócima milagrosa. Y no solo él, también su madre, que se preocupó lo bastante como para hacerle preguntas, y hurgar en sus cosas, hasta que encontró los ladrillos de regaliz en distintos lugares: en su mochila, en el cajón de la mesita, y hasta una cajita de cartón, debajo de la cama. Habló entonces muy seriamente con él, le confiscó las chucherías, y le prohibió comerlas por el momento.
Fue un problema para Samuel, que pasó una temporada sin disponer de ladrillos, y sin levantar la mano en clase cuando los profes preguntaban, por miedo a fallar. Pero él era también consciente de que no podía seguir engordando. Un poco gordo como él ha sido visto siempre, se decía, observando su aspecto en el espejo, no me veía mal, pero así, obeso no. Nunca. Y se hizo el firme propósito de adelgazar.
CAPÍTULO IV
Claudia es una chica muy delgada, en contraste con Samuel. También tiene diez años. Vino con sus padres desde la República Dominicana. Ella dice que es negra. Café con leche, dice Gordovinchi, a quien le llaman la atención sus ojos negros grandes y brillantes. Siempre lleva coletas, y suele vestir pantalón de peto, una especie de mono. Gordovinchi es su mejor amigo, con quien más habla, y como viven cerca, suele acompañarla de vuelta a casa.
Antes de llegar a casa de ella, se sientan en un pequeño parque que hay junto al río, y parecen felices conversando mientras se escucha el discurrir suave del agua. Allí, tras el disgusto con su madre, Gordovinchi le contó a Claudia su secreto, avisándola antes de mantenerlo, porque ya se sabe que el secreto de uno es seguro, y el de dos está en peligro. Claudia le garantizó Samuel que no diría nunca nada, y que para demostrárselo, debían mezclar su sangre, como hacen en las películas de aventuras. Así que se hicieron un pequeño corte en la yema de sus respectivos dedos índices, y una vez se vieron sangrando, los juntaron, para dejar sellado así su pacto.
Después, Gordovinchi le contó también la regañina de su madre y el castigo de no poder comprar ni comer más regaliz, y Claudia insinuó que ella compraría unos pocos, los justos para poder dárselos en caso de necesidad, y que, de paso, comprobaría si con ella daba resultado o solamente funcionaba con él.
CAPÍTULO V
Al día siguiente, en ese mismo parque en el que suelen sentarse, hablando y hablando, un día previo al examen de mates, se les hizo tarde sin darse cuenta. Claudia le contaba a Samuel otro secreto. Al parecer, ella era capaz de saber lo que otro pensaba cuando lo miraba fijamente a los ojos. Y, claro, Samuel le preguntó si ella sabía lo que él estaba pensando justo en ese momento, mientras le lanzaba una mirada impasible, sin pestañear. No seas tonto, le dijo ella, ruborizándose, así no puedo concentrarme. Y cambió de tema, para decir que con ella, lo de los ladrillos no había funcionado, lo que parecía demostrar que solo a Gordovinchi le proporcionaban memoria.
Ya casi de noche, y con la oscuridad del día, vieron cómo un objeto grande y raro se movía por encima de ellos, girando a mucha velocidad. Se asustaron un poco, y miraron hacia arriba, para ver una gran fuente de luz, como una linterna enorme, que los enfocaba, abarcándolos por completo, Sin decir palabra, ya completamente absortos en la extraña visión, se dieron cuenta de que eran levantados del suelo muy lentamente hasta llegar al centro mismo de la emisión de aquella luz cegadora. UN instante después dejaron de verse, y el objeto extraño se alejó a velocidad de vértigo para desaparecer con ellos en el cielo.
CAPÍTULO VI
El objeto extraño que se alejó a tan gran velocidad resultó ser una nave espacial conducida por un extraño personaje. Los niños, alucinados, observaban cómo ese alienígena manejaba un cuadro de mandos como un videojuego gigante, y veían en la pantalla un azul inmenso con estrellas pasando tan rápido que no daba tiempo a adivinarlas. Se hallaban sentados tras él, sujetos a los sillones por unas bridas hechas de algo parecido al plástico, que el otro alienígena que iba en la nave les había puesto.
Ya en el Planeta de la Luz, que así se llamaba el planeta al que fueron llevados, y en una sala enorme, sin decoración alguna, los recibió un personaje raro, bajito y ancho, con unas orejas muy grandes, que le caían sobre los hombros, y tres piernas, que andaba con dos de ellas cuando iba despacio, y con las tres, dando pequeños saltos, como en un trote, cuando iba deprisa.
Como los chicos estaban asustados, intentó calmarlos con explicaciones que para él serían obvias, pero para ellos más bien desalentadoras:
No tengáis miedo. Os hablaré en vuestro idioma. Habéis venido al Planeta de la Luz, que se llama así porque nuestro planeta gira alrededor de nuestro sol, pero no gira sobre sí mismo, así que la mitad del globo en que vivimos recibe luz indefinidamente. La otra mitad, la de sombra, no se utiliza, permanece inhabitada. No corréis peligro, estáis aquí en una Misión de Paz. Investigaremos vuestros cuerpos para intentar crear niños, porque en este planeta nacemos todos ya adultos, ni pasamos por la niñez, ni nos hacemos viejos. Es decir, que aquí somos todos iguales, y no nos gusta. Nos hemos fijado en otras civilizaciones, y creemos que la vuestra es mucho más sana, más rica, al mezclar individuos de todas las edades. ¿Me estás escuchando, niña?, preguntó el extraño ser, al ver a Claudia cabizbaja.
Sí, sí, dijo Claudia, un poco sorprendida. Es que estoy preocupada por mis padres, nos estarán buscando.
Ésa es otra de las razones por las que os hemos traído. Aquí no nos preocupamos por los niños porque no los hay, tampoco nos preocupamos como padres, claro, porque no lo somos, y una vida sin preocupación es una vida falta de emoción. al menos eso nos parece.
Ya, pero eso no resuelve lo de nuestros padres, añadió Gordovinchi, en estos casos, si ven que no aparecemos, llamarán a la policía, y si así tampoco nos encuentran acabarán preocupados, tal vez lloren y sufran. Además, ¿usted quién es, es el jefe?, o ¿hay alguien que mande más...?
En cuanto a lo de vuestros padres, espero que os podamos hacer las pruebas lo más pronto posible, dijo el alienígena. Pero no entiendo mucho de eso, agregó, ya os dije que aquí sufrimos y lloramos, pero no por niños, no sabemos lo que es eso. Los días en el Planeta de la Luz son más cortos que en La Tierra, y como no hay oscuridad, o sea noche, se cuentan cuando nuestro Sol pasa por el mismo sitio, ya lo veréis. Además, si el proceso se alarga, nuestra nave viaja a velocidades cercanas a la e la luz, así que llegaríamos casi antes de que os echaran en falta. En cuanto a lo de jefe, en este planeta hay un Jefe Superior que no suele intervenir en asuntos tan poco relevantes, yo soy el Superintendente, cumplo sus órdenes. Y, acto seguido, llamó a una especie de Sirviente, muy parecido a él, que entró en aquella sala enorme sin lámparas, claro, porque siempre es de día, ni muebles, para sacar de allí a Samuel y a Claudia.
El alienígena los llevó por unos pasillos muy largos, todos muy parecidos, de paredes blancas sin cuadros ni adornos. Según les dijo, en las pareces, que tenían doble fondo, metían todos los objetos. Al final de uno de ellos, entraron en una sala que daba idea de laboratorio, de paredes y puertas transparentes, algo parecido al cristal, pero menos rígido, como una masa ligeramente gelatinosa.
CAPÍTULO VII
En casa de Gordovinchi , a eso de las once de la noche, se oyó el timbre. Un oficial de policía estaba al otro lado de la puerta. La madre de Samuel abrió, y el hombre entró para tomar datos y actuar sobre la desaparición del chico.
Como es un pueblo, aunque grande, todos se conocen, y es raro que no se sepa enseguida lo que pasa. Y lo que empezaban a intuir todos, era que los dos niños se habían ido juntos. Por eso los padres de Claudia también estaban ya en la casa, compartiendo la preocupación con los de Samuel, y decididos a montar una partida de búsqueda por su cuenta.
El policía hizo todo tipo de preguntas, y pidió una foto de ambos. Luego, antes de despedirse, les pidió calma, y les aseguró que haría todo lo posible para localizarlos.
Entretanto, añadió, no se muevan de aquí y déjennos hacer a nosotros, he pedido refuerzos a la capital. Espero que en un par de días sepamos algo; si no, les pediría ayuda. Y eso sí, avísenme de cualquier novedad. Todo sirve.
CAPÍTULO VIII
En el Planeta de la Luz, los dos niños se encontraban en camillas, sujetos por correas, e introducidos en tubos de los que se extraerían sus datos genéticos, es decir, que con ellos dentro de esos tubos, unas máquinas pueden averiguar cómo y de qué están hechos sus cuerpos. Tras un rato muy largo en el que no debían moverse, los sacaron de los tubos y los desataron. El Sirviente les dijo que se sentaran a esperar.
Unas horas después, cuando ya los niños estaban hartos de hablar cuchicheando, se acercó de nuevo el Sirviente, y les dijo que tendrían que repetir las pruebas, porque la unidad central no había encontrado las suficientes coordenadas o datos de sus cuerpos.
Claudia miró fijamente a los ojos al Sirviente mientras los informaba.
Así que, concluyó el emisario, os llevaré a descansar a un apartamento cercano, y mañana os traeré de nuevo a esta sala para una nueva toma de muestras.
Por el camino de vuelta, no vieron a nadie, se diría que en ese planeta no había más de cuatro o cinco personajes. Justo antes de llegar al pasadizo de entrada, por donde fueron presentados al Superintendente, se encontraron con este, que los saludó de nuevo, y conversó con el Sirviente acerca de las pruebas. Claudia lo miró fijamente a los ojos. Luego, se despidió con un hasta mañana, que descanséis.
El Sirviente los acompañó hacia una sala muy larga de donde salían varias puertas. Por una de ellas, los introdujo en el anunciado apartamento y les dijo:
Ahí tenéis camas y ropas para que os podáis cubrir, agua para el aseo y bebida. Si notáis cansancio, no os preocupéis, el aire aquí es algo más denso que en vuestro pueblo, pero os acostumbraréis en seguida. Mañana os recogeré aquí mismo. Y se marchó cerrando la puerta.
CAPÍTULO IX
Cuando se quedaron solos, Claudia se acercó a la puerta poniendo la oreja en ella para escuchar, al tiempo que le indicaba a Samuel silencio con el dedo índice entre sus labios.
No se oye nada, dijo en voz muy baja. Podemos hablar. Pero Gordovinchi, no convencido del todo, le indicó, también en voz muy baja, que probablemente, como en las pelis, hubiera micrófonos o algo que los delatara, así que él hablaría, pero al oído de ella. Y Claudia asintió.
Me he fijado en los ojos del Sirviente y del Superintendente. Creo que nos engañan. Me parece que quieren hacernos algo y no nos van a devolver a casa, comentó Claudia, y Gordovinchi recordó lo que ella le había confesado en el parque : que es capaz de adivinar lo que otros piensan solo con mirarles a los ojos con atención. Eso los entristeció aún más si cabe.
Ya, pero, ¿qué podemos hacer? susurró él muy cerca de su oído.
Salir de aquí en cuanto podamos, contestó Claudia también muy cerca de su oído.
Vale, y si salimos de aquí ¿a dónde vamos? Y ¿cómo?, si estamos en un planeta.
Nos vamos de este apartamento y luego ya veremos. Si la nave estuviera abierta, podríamos intentarlo.
Ya, pero yo no sé manejarla. Y supongo que tú tampoco.
Te digo que nos vayamos ya, dijo Claudia, sin levantar la voz, pero un poco sofocada. Si te dijera que quieren cortarnos pedazos de carne para seguir haciendo pruebas, ¿qué harías?
Gordovinchi, ya preocupado, porque entendía que Claudia había adivinado eso por medio de su poder de adivinación, buscó en sus bolsillos y negó con la cabeza al sacar las manos.
¿Qué te pasa?, preguntó Claudia.
Estaba buscando mi regaliz. Con él quizá me acordaría de todo lo que he visto y nos sería más fácil la huida.
Ella sacó una bolsita de ladrillos de regaliz rojo del bolsillo superior de su peto.
Toma, dijo. Te los compré yo cuando supe que tu madre te los había prohibido.
Él sonrió. Vamos, despacio y sin hacer ruido. Hay que intentarlo.
CAPÍTULO X
En casa de Claudia, la madre lloraba constantemente, con los ojos enrojecidos por las lágrimas, y no decía nada. El padre, que había pedido permiso en la oficina, dedicaba las horas del día a recorrer caminos por los alrededores, en una búsqueda infructuosa. Ambos apenas comían, y siempre con visitas en casa, gente dispuesta a ayudar. Pero ellos no hablaban con nadie, las visitas, en estos casos, más que ayudar, molestan, aunque la intención es siempre la mejor.
Después de tantas horas sin saber de ellos, puede que los hayan secuestrado, dijo el padre de Claudia. Hay que ponerse en lo peor. Y a saber qué les habrán hecho, añadió.
La madre seguía sin hablar, pero levantó la mirada para hacerle ver que no era partidaria de ese supuesto. Unos segundos después, dijo: "ni se te ocurra pensar en ello, esperemos un poco y confiemos en la policía".
CAPÍTULO XI
Gordovinchi se tomó un par de ladrillos. Claudia abrió la puerta del apartamento y salió al pasillo. Le hizo un gesto para que la siguiera, y ambos salieron, de puntillas hacia el lado izquierdo. Al momento, él corrigió: por este lado vinimos de las pruebas, será por el opuesto por el que podamos salir.
Tienes razón, dijo ella. Y volvieron por sus pasos, ya con Gordovinchi delante, quien, según andaba por aquellos inacabables pasillos, y a pesar de ser muy parecidos y no tener decoración alguna, se iba acordando del recorrido. Al final, una puerta grande frente al último giro, les indicó la salida del edificio.
Por aquí, dijo él. Y miraron por uno de los ojos de buey que la puerta poseía en su parte superior, para comprobar que no hubiera nadie afuera. Frente a la puerta solo se veía la nave que los había traído al Planeta de la Luz. Parecía abierta, con una pequeña escala en la parte inferior apoyada en el suelo. En ese momento, oyeron un ruido de pasos tras ellos, a cierta distancia. Mejor dicho, del ligero trote de aquellos personajes, la forma en que andaban deprisa. Otra vez Claudia le indicó silencio a Samuel. Y como no podían retroceder, decidieron abrir la puerta, salir a toda prisa e introducirse en la nave. Así lo hicieron. Desde dentro de la nave, vieron cómo atravesaba la misma puerta el Sirviente, y pasaba de largo. Habían tenido suerte, de momento.
Ya en la nave, Gordovinchi examinaba los mandos. Solo una consola central como la de un video juego en cuyo centro había un dibujo con dos niños, tal vez ellos, la palabra Tierra separada por un guión de unos símbolos muy raros, y una esfera con cuatro flechas de dirección dentro, como las que señalan los puntos cardinales. Gordovinchi pulsó en el centro de la pantalla, en un punto negro del dibujo. Se levantó la escala, se cerró la puerta y la nave se puso a girar velozmente. En ese momento, Gordovinchi pulsó una tecla lateral que se había encendido, y la nave partió a toda velocidad. Justo antes. vieron cómo afuera muchos personajes se acercaban a saltos, a buen seguro sorprendidos por la maniobra de los chicos.
Gordovinchi se acordaba muy bien de cómo pulsaba en la pantalla de la nave el conductor que se los llevó del parque. Por el visor no se veían más que puntos brillantes, nebulosas y fuertes luminosidades repentinas. Al cabo de un tiempo que ellos no alcanzaban a medir, y como por arte de magia, la nave empezó a bajar la velocidad. A menor velocidad, y pudieron observar el firmamento con alguna precisión, como la forma de la Tierra al irse acercando, has que, poco a poco, descendió justo encima del punto del parque del que fueron abducidos, secuestrados por los extraños seres del Planeta de la Luz. Era también de noche y la poderosa luz de la base se posó en el suelo para dejar salir la escala por la que los dos jovencitos descendieron. Se apagó entonces la luz y la nave quedó girando sobre su eje a cierta velocidad, con unas luces menores en su circunferencia.
Samuel y Claudia se frotaron los ojos. Comprobaron que estaban en su parque, se fueron alejando de la nave y vieron cómo aquella emitía unos ruidos sordos, encendía otra vez su luz cegadora inferior, recogía la escala y partía vertiginosamente hacia el cielo.
En ese momento, sin decirse nada, acercaron sus miradas y de forma instintiva, se abrazaron, muy contentos.
Hemos visto luces, sobre todo una, muy fuerte, y hemos venido corriendo. ¿Sois Samuel y Claudia? ¿Estáis bien? ¿Qué os ha sucedido?
Demasiadas preguntas para unos chicos sumidos todavía en una alucinación fuerte. No contestaron a ninguna, seguían ensimismados.
CAPÍTULO XII
Los llevaron a casa de Claudia, que estaba más cerca del parque que la de Samuel.
A su encuentro salieron los padres emocionados, que se fundieron en un primer abrazo lleno de besos con su hija, y un segundo con Gordovinchi, que vio venir a sus padres, ya avisados de su localización, a quienes se acercó corriendo para fundirse con ellos en otro abrazo. Todo el pueblo acabó en casa de Claudia, donde se vivieron momentos de gran alegría, porque en estos casos lo principal es que no pase nada malo.
Todos querían hacerles preguntas, pero ellos no se atrevían a responder, en ese momento, a ninguna. Seguían un poco alelados, confundidos. Intervino entonces el padre de Samuel.
Dejemos eso para mañana. Que descansen, que llevan fuera dos días enteros, y que entonces nos cuenten todo, ya más tranquilos.
No pudieron separarse el uno de la otra, porque alrededor había mucha gente, hasta que Gordovinchi se despidió con sus padres para ir a su casa. Entonces Claudia lo llamó aparte y le susurró: si contamos toda la verdad de lo que ha pasado, no nos creerán. Mejor diremos que cogimos el autobús a la capital, sin dinero, y que no hemos vuelto hasta que lo conseguimos pidiendo por la calle. Él asintió.
Y en eso quedaron.
Alejándose de casa de su amiga, se veía la figura de un héroe anónimo, GORDOVINCHI, con su barriguilla curva y su flequillo tieso.
F I N
¡ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO!
¡QUE PASÉIS BUEN DÍA!
HAVE A NICE DAY MY FRIENDS!
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