miércoles, 22 de abril de 2020

UN RELATO CORTO - LA DAMA DEL MUELLE.

Hola mis queridos amigos, hoy os dejo una relato corto, misterioso y sorprendente del escritor y poeta español Ángel Luis Romo, y que os hará pensar hasta el final  ¡Espero que os guste! 


Autor:  Ángel Luis Romo.
Del libro "Aquí está pasando Algo" 
Punto Rojo Libros.

Fotos: es.wikipedia.org  /  definicionyque.es  /   nauticexpo.es  /  pinterest.es




LA DAMA DEL MUELLE de Ángel Luis Romo.

Soy de mar, de brisas humedecidas con olor a salitre, de tempestad y viento.  Por eso he vuelto al puerto de éste mi pueblo pesquero escondido entre cerros y acantilados.  He vuelto por mí mismo, porque no puedo pasar sin esta sensación de recreo para mis sentidos, y por ella, a quien contemplé tantas veces desde mi orilla, desde un sentir sin mostrarme, sin hasta ahora haberle hecho saber mi deseo por esta invencible y terca timidez.

La vi por última vez justo aquí, a los pies del faro, después de soltar el amarre de mi embarcación para empezar la jornada de faena.  Fue en un día como hoy, de madrugada de mar gruesa, con esa niebla espesa que viene del piélago marino, y la vi, como casi siempre, desde la bocana, ese punto en que la niebla es ya bruma que tratan de romper en vano las primeras luces de la alborada.  No quise saber por qué aparecía tan temprano, ataviada con su largo y blanco vestido, la etérea pamela y aquella leve sombrilla que nunca llegó a abrir, pero lo cierto es que me paralizaba con su sola presencia, y lo dejaba todo por unos momentos para poder contemplarla rendido a su encanto. Luego, partía alejándome de ella sin dejar de mirarla.

Allí quedaba, apoyados los brazos en el barandal de la empalizada, con esas maderas hinchadas, casi tábidas de humedades sin tregua, la mirada en el horizonte.



La espero ansioso entre estos sonidos que me envuelven, que me pertenecen:  el suave rasar del viento, el leve choque de barcazas movidas por el vaivén del agua, el bramido de escolleras al impacto de las olas, sólo interrumpidos por una sirena aislada que escucho desde una cándida espera. Algo, tal vez esa corazonada que se apoya en el deseo, me dice que podría volver a verla.


Mi corazón se acelera cuando la veo aparecer, solemne, el andar lento y la esbeltez de su figura acercándose, como tantas veces, a la balaustrada.  Casi he podido sentir sus pasos hasta aquietarse en un punto del mirador desde el que fija sus ojos en el infinito.  Recorro su silueta  con embeleso, mientras el aire juega con los pliegues de su blanco atuendo.  Con la pereza de la duda me encamino hacia ella.  Esta vez tengo que decirle algo, aunque ni sé qué ni cómo, pero no puedo esperar más,  Sería imperdonable no intentarlo, que siguiera sin saber de esta pasión que anida en mí tanto tiempo, desde que mis ojos la descubrieron hasta esa última vez que pude contemplarla, aquella mañana de mar gruesa, uno de esos días que insinúan un faenar estéril.  Entonces pensé volver sin haber dejado aún la ensenada, cuando ella era ya un punto solo para mi vista.  Sopesé evitar el riesgo de una captura casi utópica para acercarme a decirle lo que sentía, pero el mar te llama siempre, sean cuales sean las circunstancias, es esa novia que te espera sin poner condiciones y que tú tratas de conquistar en cada singladura.  La voz del mar fue más fuerte.  Me adentré en él, entre un fuerte batir de olas, hasta que mis ojos dejaron de verla. Hoy, no hace mucho de eso, de nuevo siento que arde la misma llama.


Amplío el paso y dejo el sendero del faro haciéndome notar cuando subo a la empalizada. Me acerco a ella ya con pie firme, pero me ignora, ni siquiera se ha girado para verme llegar.  Parece ajena a todo, a la nívea y persistente neblina, al aislado graznido de una gaviota.  Estoy a su lado, mudo, trémulo, pero no me siente.  Quiero hablar y una fuerza interior me lo impide estrangulándome.  Estoy angustiado.  Por un momento, abandona su mirar al frente y se gira para darme la espalda.  Se aparta de mí.  Muevo los brazos, la sigo, confiando en que se vuelva y por fin se crucen nuestras miradas.  Parece que la pierdo porque no puedo adelantarla para que me vea, me quedo sin fuerzas.  Entre el soplar del viento y el eco del agua en las rocas, oigo el crujido de las tablas de la escalinata al paso de sus pies cuando baja. Aquel día de marejada debí volver con ella.  La dejé de ver entre olas rabiosas que azotaban mi barco...

Ahora sé que es tarde, porque mis pasos no hacen crujir las ajadas tablas de la pasarela de este viejo muelle.






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¡CUIDAOS MUCHO AMIGOS!

¡HASTA LA PRÓXIMA!


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